
A 145 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, Gorostiaga conserva la estampa de un pueblo detenido en el tiempo. Fundado en 1910 sobre tierras de la familia Gorostiaga, creció junto a la expansión del Ferrocarril Oeste en la segunda mitad del siglo XIX. Su estación, emblemática, fue parte del ramal que unía Mercedes con Chivilcoy.
El ocaso llegó con el plan Larkin en los años 60 y la privatización de los 90. En 2025, un antiguo puente ferroviario del tramo Gorostiaga-Anderson colapsó sobre el río Salado, arrastrado por las lluvias y el abandono. Estaba inactivo desde 1994, aunque se usaba para pescar y como cruce de ciclistas.
Hoy, los visitantes recorren la Capilla, el Club Social, la Escuela y la vieja estación, convertida en emblema del lugar. En las redes, los vecinos la describen como un “lugar de sueños”, ideal para caminar y fotografiar.
En Gorostiaga el tiempo parece detenerse. Sus calles de tierra, sus casas antiguas y la calma del entorno crean el escenario perfecto para un descanso en contacto con la naturaleza. Una de las actividades más atractivas es recorrer el casco urbano y visitar la antigua estación de tren, que aún conserva su estructura original y es punto de encuentro para locales y visitantes.
El entorno rural invita a disfrutar de paseos a pie o en bicicleta, ideales para admirar los atardeceres de campo y la inmensidad del paisaje bonaerense. Además, el pueblo cuenta con propuestas gastronómicas típicas, donde se puede degustar comida casera, carnes al asador y productos regionales elaborados por los propios habitantes.



