El Mar Caribe es el reclamo principal de la Riviera Maya. Esas aguas turquesas, las palmeras casi tocando las olas, la arena fina de las playas… te capturan desde las fotografías y no quieres dejar de vivirlo. Nosotros tenemos que confesar que, aunque no somos unos enamorados de las playas, también teníamos en mente las imágenes del Mar Caribe cuando llegamos a esta zona de la península de Yucatán. Pero no vamos a engañar a nadie, los cenotes también tenían mucho peso en la decisión de llegar hasta aquí.
En ese punto del viaje habíamos visitado ya unos cuantos cenotes en el estado de Yucatán –en los alrededores de Valladolid y de Mérida–, pero sabíamos que el sistema de cenotes que nos esperaba en Quintana Roo era uno de los más grandes del mundo. Esa cantidad ingente de cenotes nos hacía pensar que podríamos visitar alguno con más tranquilidad que los más famosos y turísticos en los alrededores de Chichén Itzá.
La idea se concretó con el descubrimiento de Bejil-Ha –“camino de agua” en maya–. Una sociedad formada por un grupo de jóvenes de Chemuyil –muy cerca de Tulum, en la carretera a Playa del Carmen– que, tras una infancia disfrutando de los cenotes de su comunidad, decidieron enseñárselos al mundo de una forma respetuosa.
El respeto por los cenotes
Los cenotes, en época maya, eran lugares sagrados. No vayas a pensar que en todos se hacían sacrificios y que están llenos de tesoros, además de de esqueletos. Para los mayas su agua, la única fuente de agua potable de la que disponían, era lo que les daba ese carácter sagrado y el motivo por el que los cuidaban, respetaban y veneraban.
Con el paso de los siglos y la llegada del agua corriente a los grifos, parte de esa importancia y de ese respeto se fueron perdiendo. De hecho, según nos contaron los chicos de Bejil-Ha, algunos de los cenotes de su comunidad se acabaron convirtiendo casi en vertederos en los que se tiraba mucha basura. Ojo, que no es algo que solo pasara en Chemuyil, en nuestro viaje ya nos lo habían dicho en más sitios: los cenotes cueva se llenaron de basura por toda la península.
Ellos decidieron recuperar los cenotes en los que disfrutaron siendo niños, en donde aprendieron a nadar y en donde jugaban con sus amigos. Campañas de limpieza, de concienciación, de protección, de educación… porque quitar la basura no sirve de nada si no convences a la gente de que no hay que tirarla.
¿Quién mejor para enseñarnos los cenotes de Chemuyil que ellos? Nadie los quiere más ni tiene recuerdos más bonitos.
Las visitas de Bejil-Ha
Después de limpiarlos y concienciar a la comunidad de que había que mantenerlos así, comenzaron las visitas. Para cubrir todas las opciones, crearon dos. En la primera se visitan cenotes abiertos y semiabiertos en los alrededores de Chemuyil. La segunda es una ruta casi espeleológica por el sistema de cuevas de cenotes en plena selva. Existe una tercera opción que junta un cenote abierto y uno cueva, la mezcla de los dos recorridos originales.
Ojo, que los recorridos son esos, pero tienen nombres más bonitos: “camino del agua” es el primero, “aguas ancestrales” es el segundo y la mezcla de los dos recibe el nombre de “mundos opuestos”.
Saltaconmiconsejo
Además de concienciar a la comunidad, también conciencian a los turistas. No se pueden visitar los cenotes con cremas solares o de cualquier tipo –maquillaje incluido–, repelentes de insectos o cualquier otro producto químico. Por supuesto, tampoco dejar basura tú.
Tienes toda la información de los recorridos –con precios y detalles, por ejemplo de la forma física recomendada y de la ropa que necesitas– en su web, donde también puedes reservar. Durante los recorridos, los chicos de Bejil-Ha van haciendo fotos y vídeos que luego puedes comprar al regresar al local en Chemuyil.
Nuestra experiencia: el camino del agua
Empezamos a contarte lo que vivimos nosotros en la visita “camino del agua” destacando un par de cosas. La primera es la buena disposición, la simpatía y el buen rollo de los chicos de Bejil-Ha. Y la segunda es la sensación de descubrimiento: los primeros cenotes que visitamos estaban completamente vacíos, solo nosotros y el agua, la historia y la selva.
Lo de la buena disposición lo comprobé de primera mano. Ya lo he dicho unas cuantas veces, no sé montar en bici. Y, no sé cómo, pero no me di cuenta –creo que lo han puesto más claro todavía en la web después de aquello– de que el recorrido de cenote a cenote se hacía en bicicleta. Alan, nuestro guía, puso un sillín extra en la suya y, como si fuera el paquete en la moto, salimos del local camino de los cenotes. Sí, “paquete” con todo el significado peyorativo… ya lo digo yo.
Por si fuera poco, la paciencia de Alan para sacarnos las fotos bajo el agua en los cenotes –todas las fotos en el agua son suyas– no tenía límites. Bueno, el del aire en sus pulmones, que también tenemos que decir que parecía que aguantaba más que en el común de los mortales. No puedes bañarte en lugares tan impresionantes y no llevarte unos cuantos recuerdos. La guinda perfecta para la experiencia.
Y, excepto en el tercero de los cenotes, uno un poco más comercial –Xunaan-Ha–, no encontramos a nadie mientras nos bañábamos. Literalmente nadie: como si, además de estar en mitad de la selva, los acabáramos de descubrir cual Indiana Jones de AliExpress.
No pudimos acabar más contentos, ni más cansados –nadar, bucear, saltar al agua desde rocas y plataformas…–. Después de unas cuatro horas de diversión, volvimos al local de Bejil-Ha en Chemuyil y pedimos una comida local que nos supo a gloria.
Hay cenotes y cenotes, pero la experiencia de descubrirlos y llevarse los recuerdos con los chicos de Bejil-Ha es única.
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